El Espacio terapéutico

El espacio donde transcurre el proceso terapéutico tiene ciertas particularidades que lo hacen distinto a otros. No es cualquier espacio. Intenta ser neutro, “Sin deseo y sin memoria” (1), por supuesto, a sabiendas de que esto es imposible. Es un lugar que está cargado de expectativa, de memoria, de frustración, de revelación, es decir, aunque intenta ser neutral, dista de serlo. Es justamente el intento lo que le da el valor de potencial proyectivo.

El sujeto que entra en la sala no solo viene con su historia y su padecer, sino también, lo acompaña, todo el desfile ideo-afectivo que se hace presente en el consultorio: roles, personajes, fantasías, fantasmas, líneas de fuga (2), y un horizonte de posibilidades. El espacio entonces se configura como un campo (3), un tejido donde se sostiene el inconsciente del paciente, el inconsciente del terapeuta, la atención flotante y la escucha disociada. Un inconsciente intersubjetivo donde emergen dinámicas profundas.

Retornar a casa

El consultorio comienza a parecerse, con el tiempo, a la topografía psíquica del paciente y la del analista. Desde allí pueden suceder cosas inesperadas: un silencio profundo que pertenece a ese espacio, un sentimiento cuyo origen resulta revelador, una toma de consciencia, y también, lágrimas, dolor y regresión. Muchas veces se expresa en un código que no puede simbolizarse en palabras. Los tiempos no lineales del inconsciente empiezan a asociar imágenes olvidadas de nuestra niñez con sueños y estos a su vez se proyectan en deseos.

El analista va afinando la percepción psíquica, separando las narrativas simuladas (esas historias que nos sostienen y nos ayudan a lidiar con nuestro día a día) de las pequeñas aberturas al inconsciente, donde se juega el conflicto, donde se cifra en un lenguaje olvidado, el síntoma del padecer. Esa traducción es parte del trabajo analítico. Un trabajo que tiene un método teórico-práctico, pero que está abierto a lo inesperado, a la experiencia. Muchas veces los silencios otorgan mayor significado que las palabras, la contención es más valiosa que la mejor interpretación, y lo que no puede decirse comienza a expresarse, y lo percibimos porque nos conmueve, como cuando estamos frente a un paisaje sublime. En cierta forma volvemos a nuestra casa primitiva, la casa de nuestra memoria, que nos permite la ensoñación, hecha de escondites, sótanos, patios, aromas e imaginación (4).

Hermosa comedia

Aunque el análisis se nutre de mitos, tragedias, poetas y dramaturgos varios, siempre hay algo que comienza a suceder y que puede ser entendido como indicador de que la terapia está funcionando en sus metas terapéuticas. Me refiero específicamente a un cierto sentido del humor como filosofía de vida, y no hablo de una ironía defensiva, o de un sarcasmo desvalorizador. Si no del humor de quien entiende que su papel en la vida es importante, pero deja de pensarse con tanta seriedad y aprende a reírse de sus errores y del tirano perfeccionismo, comienza a valerse cada vez más de su intuición, y menos del comentario externo. Se vuelve espontáneo, lúdico y a su vez responsable y constante. Un ser auténtico, en palabras de Winnicott, se siente vivo, que vive su propia vida.

Llegado a este punto es cuando el análisis puede darse por finalizado, pero paradójicamente el paciente comprende que no solo el espacio le otorgó herramientas para dejar su sufrimiento subjetivo, sino también para desplegar su potencialidad intrínseca, y es entonces cuando quiere continuar para seguir descubriendo las profundidades del universo único de la experiencia humana.

(1) W.R. Bion

(2) Deleuze, ”Líneas de fuga”

(3) W. Baranger

(4) G. Bachelard, ”Poética del espacio”

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En busca del tiempo perdido