En busca del tiempo perdido
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Extraña paradoja: vivimos más tiempo, pero lo compensamos con una vida acelerada que da por resultado una experiencia fragmentada de instantes imprecisos. Vivimos más tiempo, es cierto, pero tiempo sin historia, sin memoria, sin olvidos, ni sueños (y no hablo de los #persigue-tu-sueño tan afines a esta época). Sino de los sueños velados por nuestro inconsciente, sueños que requieren silencio y penumbra.
Saturados de información, de sobre-estimulación, vemos desfilar las imágenes de nosotros mismos en el celular como si fuera un pasado, pero no tienen contexto, ni contenido. Son imágenes ideales, fuera de cualquier territorio, imágenes sin hogar donde refugiarse.
Y no, no voy a decir que para recuperar el tiempo perdido basta con la meditación y anclarse en el presente, porque justamente eso, además de ser otra exigencia neo-capitalista, es lo que ya hacemos con el pasado, lo aislamos y desligamos: lo fragmentamos. Creo que más interesante sería, como diría Bergson, recuperar la duración del tiempo, que va ligado a la intuición. El tiempo durable es el que se entrelaza como un tejido infinito con nuestro devenir, con nuestro pasado y con nuestro futuro, haciendo de nuestra subjetividad algo único. Recuperar la historización, que es lo que nos hace sentir reales por el mero hecho de existir: sentirnos vivos, sin más (sin paquetes de turismo, sin grandes compras, ni títulos). Desde que tuvimos el primer gesto espontáneo contenido en el núcleo materno, fuimos integrando y habitando memorias en nuestra existencia única.
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Otra paradoja de nuestro tiempo: queremos ser distintos y somos todos cada vez más parecidos. Miremos, por ejemplo, que sucede en las redes sociales. Se repiten las mismas personas, los mismos escenarios. Pueden cambiar de forma, pero ligeramente, el contenido es el mismo, unos se influencian sobre otros, piensan que esa influencia es identidad, luego esa identidad resulta no serlo, y la autoestima se resquebraja, una autoestima sin las bases del tiempo, sostenida solo por un tenue reflejo en un otro que es siempre inestable.
En la novela de Proust “En busca del tiempo perdido”, no solo se busca el tiempo del personaje principal, también tiene la característica de que requiere de nuestro tiempo profundo, de reflexión. Sus hojas se tornan amarillas, su aroma cambia con los años, está en nuestra biblioteca, lo vemos, lo sentimos, nos invita a perdernos en sus páginas.
No recuerdo el nombre de la mujer oriental que decía que había que soltar todo (soltar para re-comprar), pero veo casas muy bellas, vacías, sueltas, sin bibliotecas, miro de costado a veces cuando me invitan a otros hogares, veo casas estéticas, pero sin un piano desafinado o una guitarra, sin juego, sin espontaneidad ni colores, veo tiempo congelado.
Volviendo a Proust, que no solamente el libro nos puede servir como símbolo para devolvernos el tiempo, sino la novela en sí, es un tratado sobre el tiempo durable, el tiempo sentido, que se dispara desde la sensación. Como cuando interpretamos una canción, o nos entregamos a una tarea, buscando más que el bienestar, ese sentimiento de estar vivos, sin falsas máscaras: espontáneos y vivos, jugando.
Allí continúan esperándonos: nuestro primer patio, la ventana del jardín, los timbres de los recreos, los abrazos que no fueron. Nuestra constelación única de seres que le dieron forma a nuestro microcosmos, a nuestra visión única del mundo, que necesita compartirse, volverse humana, escapar de la cuantificación tiránica, la vida está hecha de la materia de los sueños, y nuestra vida está rodeada de ellos, decía otro poeta (1). El tiempo en el sueño es un tiempo no medible, al igual que el tiempo inconsciente, lo que pudo haber sido y lo que fue tienden a un solo fin, presente siempre, pero uno contiene al otro (2), no habría presente sin pasado ni sin futuro en un continuo vital que es la premisa esencial de una existencia saludable, el sentirnos reales y viviendo nuestra propia vida.
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(1) William Shakespeare, La tempestad
(2) T.S.Eliot, Cuatro cuartetos, Burnt Norton