No ser suficientes

Ciertas ocasiones se nos presenta en la clínica personalidades fuertes y seguras en sí mismas, pero no son pocas las veces que bajo ese halo de certeza reside un secreto pocas veces revelado: la creencia íntima de no ser suficiente, de no estar a la altura o de ser un impostor.

El perfeccionismo, su aliado inmortal. 

Para aliviar la sensación de inseguridad se apela a uno de los mecanismos defensivos más dañinos para el alma humana, la tendencia a la perfección o la necesidad de control, también la planificación excesiva o la necesidad de sentirse siempre ocupado, tener continuamente mensajes y asuntos por que responder, algo que confirme que algún otro nos necesita. Algo que confirme que somos para alguien. Al menos un poco importantes, al menos que existimos.

El ser humano es limitado, es falible, el error no solo es parte de su naturaleza sino que es lo hace humano. Los cantantes más talentosos lo saben y es por eso que aunque suelen afinar a veces disminuyan o aumenten un poco la nota, para darle vida y expresividad, así nace por ejemplo la técnica de “vibrato”, que no es más que “bordear” la nota musical. Si fuera perfecto sonaría más parecido a la técnica de Auto tune (afinación automática), utilizada en la música urbana contemporánea, pero que es a su vez expresión y delación de un mundo industrializado, que justamente tiende a convertirnos en maquinas productivas. Para esta época el efecto robot del auto tune puede ser pensado en clave de ironía. Pero para nos extraviarnos, retomemos:

 

¿De dónde viene todo esto, porque tanta exigencia?

Es bueno recordar cada tanto que lo perfecto es enemigo de lo bueno, dicho esto, nuestro ambiente socio-cultural no ayuda mucho, vivimos en un mundo de apariencias, en un mundo que tiene más de escenografía que de realidad, es por ello que todos asumimos un cierto rol para jugar el juego, ese rol tiene reglas, y tiene su máscara, mientras uno sepa que hay una brecha entre su rol y su ser verdadero (lo que Winnicott llamaría espacio transicional) no habría mayores problemas, pero si se identifica con el rol hasta tal punto de que uno siente que es lo que hace, queda expuesto a que cualquier comentario, mirada, sea sentido como personal, entonces en cada momento se juega la propia validación, la sobrecarga es total, si somos aprobados entonces valemos algo, si nos va mal, somos inútiles, no somos suficientes. Es la tendencia a creer que somos lo que hacemos y que merecemos la validación o el rechazo en base a nuestra performance.

Además hay que demostrarlo constantemente, subirlo en imágenes, compartirlos con otros, un otro que nos apruebe, que nos valide que nos elija aunque sea en forma de un like, es como el payaso triste que sonríe pero se le derrite el maquillaje por sus lágrimas. Es que hay veces que estar triste (sin ir a los extremos) suele ser más sano que la alegría forzada. En música de Jobim*:

 

La felicidad es como una pluma

Que el viento lleva por el aire.

Vuela tan ligera, Pero tiene una vida efímera, Necesita que haya viento sin parar.

La felicidad del pobre parece

La gran ilusión del carnaval. Trabaja todo el año Por un momento de sueño.

 

Esbozo aquí la que podría ser la raíz más superficial del conflicto, pero existe otra, que hunde sus huellas en la historia del individuo, en una historia además olvidada, que se remonta a épocas infantiles, preverbales, y que hoy aparecen como sombras en los intersticios de la conducta, actos fallidos y sueños. Ahondar en este aspecto es parte de la labor clínica, el espacio terapéutico que se construye de a dos y su configuración es única por que a diferencia de la tendencia a la homogeneidad propuesta por las imágenes publicitarias, a el análisis le interesa la singularidad, lo que nos hace ser quienes somos, y hacer lo que hacemos. Un espacio libre de esfuerzos innecesarios, un espacio para dejar caer lo que Winnicott llamo el falso self o lo que podríamos pensar como el personaje que nos contamos que somos, para indagar en la persona, el niño, que rio y lloró y fue amado y padeció perdidas, y que para ese momento para el analista, es la persona más importante.

*“A Felicidade”

Antônio Carlos Jobim & Vinícius de Moraes

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