Vendrán lluvias suaves

El convulso mes de diciembre afecta a las personas más de lo que quisiéramos admitir, podemos decir por ejemplo que no hacemos balances o que ni siquiera miramos las noticias, pero, al vivir y desarrollarnos en sociedad, nos comunicamos, y ya en la comunicación hay una evocación implícita de las temáticas que están en juego en la casualidad astronómica de dar una vuelta completa al sol.

 

Las fiestas

Se extravió hace tiempo el sentido de originario de la palabra fiesta, entendida esta como una oportunidad para fortalecer los lazos de amistad y aprovechar el ocio para filosofar (un ejemplo lo encontramos en la escuela epicúrea). En nuestra época la fiesta se asocia con cierto exceso. En todo caso con un ocio de tipo evitativo, donde lo importante no es la reflexión sino su contrario: la anestesia, el placer hedónico como fin en sí mismo. El problema del mismo es que dura el tiempo de la fiesta, cuando se termina nos deja una sensación de vacío que si intentamos llenarlo de la misma forma, es decir con más fiesta, el vacío crece, al punto de que en cierto momento casi sin darnos cuenta pasamos a ser parte del vacío, y nuestra vida estará determinada por un esfuerzo diario por intentar llenarlo.

 

Fantasmas

Como C. Dickens* y otros autores intuyeron, las fiestas arrastran consigo ciertos fantasmas, pero no son los que intentan asustarnos en alguna película de miedo, sino más bien fantasmas internos, ni del todo buenos ni del todo malos, son parte del repertorio psíquico, las fiestas sincronizan nuestros recuerdos preconscientes y los hace vibrar como una cuerda musical, como aquellos aromas que pertenecieron a nuestra primera infancia, nuestros padres, abuelos, cuando todo era inocencia, y las tormentas solo eran una posibilidad de que se estropee ese momento especial del año. Nadie nos advirtió que esas personas con las cuales generamos un vínculo significativo, pasarían a ser parte de nuestro mundo interno, de nuestros recuerdos, esperando latentes estas fechas del año para resurgir con más fuerza y con cierta nostalgia del tiempo perdido. 

 

El poema de Ray Bradbury**, nos deja una imagen precisa de todo lo necesario para afrontar con serenidad estas fiestas:

 

Vendrán lluvias suaves y aroma a tierra humeda,

Y aves agitan sus alas con trepidante sonido;

 

Los grillos en los estanques le cantan a la noche,

Y el álamo del río mueve trémulo la suave brisa.

 

A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,

Si toda la humanidad pereciera;

 

Y la propia Primavera, cuando despertara al alba,

Apenas se daría cuenta de nuestra partida.

 

No "fingir demencia", ni "sobre adaptarnos", tampoco evadirnos, sino estar ahí, observar a los niños y su inocencia, aprender de ellos, asombrarnos de lo incierto, invitar a los fantasmas a ser parte del mundo externo, bailar con ellos, con la alegría de haber compartido momentos que horadaron nuestra existencia. No deberían asustarnos ni hacernos sentir nostalgia, sino recordarnos que vale la pena estar presentes, para nosotros, y para los niños que somos y que todavía observamos cada tanto maravillados los colores y el misterio de las estrellas en verano, y de ese asombro volvemos a la pregunta alegre que unía a los epicúreos en estas fiestas, una pregunta filosófica: ¿Por qué somos?, no hay respuesta, pero nos deja una inquietud, Si "somos" en todo caso es mejor "ser en la situación, estar despiertos" (Heidegger) que evadirnos en la nada.

___

* C. Dickens - Fantasmas de Navidad

** Forma parte del cuento "Vendrán lluvias suaves" de Crónicas Marcianas.

Anterior
Anterior

Narcisismo: la mirada en el espejo.

Siguiente
Siguiente

El tiempo arrasó al jardín definitivo